¿Lo puedo ver por detrás?
Cuando vemos un cuadro por primera vez, siempre que podemos intentamos descolgarlo para verlo por detrás. A algunos clientes la petición les parece extraña; ¿por qué queremos ver la parte trasera, si los cuadros evidentemente están hechos para verse por delante? La verdad es que nunca sabemos a ciencia cierta qué es lo que nos vamos a encontrar. Lo único casi seguro es que nos vamos a llenar de polvo en el proceso, pero el trabajo vale la pena.
Lo primero que se ve al darle la vuelta a un cuadro son los materiales de los que están hechos el marco y el cuadro mismo: el lienzo y el bastidor (o la tabla), que pueden ser antiguos o modernos, de mejor o peor calidad, en buen estado de conservación o quizás algo destartalados… A veces, cuando nos acercamos a un cuadro nos sorprende un resto de olor inconfundible a incienso y cera, que nos hace pensar que ha estado mucho tiempo en el interior de una iglesia o capilla. Poco a poco, vamos haciendo observaciones y recogiendo pistas sobre la obra.
Si tenemos suerte, puede que nos encontremos con cosas más interesantes, como marcas, sellos y etiquetas. Muchas veces los empleados de las casas de subastas escribían en el bastidor un número con tiza, que corresponde con una lista de los lotes que salen a la venta. Otras veces descubrimos sellos de lacre (el mismo material que se usaba antiguamente para cerrar las cartas): quizás el escudo de armas de los antiguos propietarios del cuadro, o un sello puesto en la aduana por la que ha pasado la obra al cambiar de dueño y de país. De hecho, a veces también nos encontramos con marcas parecidas a estas en la parte de delante de la obra, normalmente en una esquina. Muchos cuadros del Museo del Prado, por ejemplo, tienen pintados pequeños signos o números. ¿Una flor de lis grande? La marca de la reina Isabel Farnesio, la esposa italiana de Felipe V, que fue una coleccionista apasionada. ¿Números blancos y grandes? Podrían ser los de uno de los inventarios del Buen Retiro, el palacio de Felipe IV que estaba no muy lejos del Prado, en lo que hoy es el Parque del Retiro. En algún sitio, con algo de suerte, hay una lista con un número que corresponde con el de la obra: esta lista nos puede indicar dónde se encontraba el cuadro, a qué artista estaba atribuido e incluso cuál era su valor en un momento dado. Otro detalle que a veces encontramos son pequeñas etiquetas pegadas, o tarjetas atadas con un hilo... Si tienes una obra de arte que las lleve, ¡nunca se las quites! Gracias a ellas quizás podremos obtener más información sobre el cuadro. Por ejemplo, podríamos identificar al artesano que construyó el marco, o descubrir que la obra formó parte de una exposición en un museo o galería de arte.
Todos estos detalles, que son valiosísimos, hay que saber dónde buscarlos y cómo interpretarlos. Las obras de arte no sólo son interesantes por su aspecto físico, sino también por aspectos intangibles como quién las encargó, quiénes han sido sus anteriores dueños, o de qué maneras se han mostrado en épocas pasadas. Así que además de mancharnos la ropa, mirar un cuadro por detrás nos permite reconstruir una historia importante: la de la procedencia, que es lo más parecido a la biografía de un objeto.